Hace cuarenta años, en las tranquilas aguas del Mosela, Europa respiró futuro. El 14 de junio de 1985, a bordo del barco Princess Marie-Astrid, cinco países —Alemania Occidental, Francia, Bélgica, Países Bajos y Luxemburgo— firmaron un pacto destinado a revolucionar el continente: el Acuerdo de Schengen. No fue solo un tratado, sino un gesto simbólico de confianza mutua, una promesa de libertad que derribaría fronteras sin disparar una sola bala.
La Europa de lo posible
En aquel pequeño pueblo de Luxemburgo, testigo silencioso de una época en transformación, nació el sueño de una Europa sin fronteras. Una Europa donde las personas —y no solo las mercancías— pudieran cruzar las fronteras con la naturalidad de una respiración. Con el tiempo, Schengen amplió su familia hasta alcanzar los 29 países, dos más que la propia Unión Europea. No era solo una normativa: era Europa aprendiendo a confiar en sí misma.
Para millones de ciudadanos, Schengen ha significado libertad concreta: adiós a las colas en las aduanas, adiós a los controles fronterizos, aeropuertos donde la palabra Europa no era una idea, sino una vivencia. Paralelamente, la cooperación entre Estados se fortalecía en la lucha contra el crimen organizado y en el control de las fronteras exteriores.
Las grietas de la incertidumbre
Pero hoy, cuarenta años después, el sueño tiembla. Las celebraciones han sido discretas, casi avergonzadas. Un tuit del presidente Macron, unas pocas palabras de los comisarios Henna Virkkunen y Magnus Brunner, y un silencio que pesa más que mil discursos. Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, se ausentó. Y el Partido Popular Europeo, en lugar de celebrar la libre circulación, recordó: “Schengen significa libertad de movimiento, no libertad de entrada”.
En los últimos años, especialmente desde 2022, el Espacio Schengen ha sido suspendido decenas de veces, oficialmente por motivos de seguridad. Hasta hoy se han registrado casi 400 derogaciones. Algunas debido a emergencias sanitarias como la pandemia. Otras, tras el 7 de octubre de 2023, para proteger objetivos sensibles. Pero cada vez más, el motivo es político: el miedo al migrante, el auge de la extrema derecha, la tentación del repliegue nacional.
Un sueño asediado
Incluso el ministro italiano Matteo Salvini ha pedido la abolición de Schengen, atacando uno de los pilares más altos de la integración europea. Así, lo que una vez fue intocable hoy parece frágil, amenazado por el discurso del miedo y por una seguridad entendida como exclusión.
Y sin embargo, como recordó Virkkunen a orillas del Mosela, “Schengen es más que una política: es testimonio de nuestro compromiso con la libertad, la seguridad y la justicia”. O quizás, para ser sinceros, era eso. Hoy, Schengen necesita nueva vida, valentía política e imaginación.
Conclusión: una puerta entreabierta al futuro
Schengen cumple cuarenta años, pero no los celebra. Es como un aniversario de matrimonio en crisis: se recuerdan los buenos tiempos, se evita mirar el mañana. Y, sin embargo, si el sueño se desvanece, ahora es el momento de renovarlo. Porque una Europa sin muros no solo es más justa: es más fuerte. Porque la libertad de circulación, cuando se acompaña de solidaridad e inteligencia, no es una debilidad: es un faro.
Europa escribió su página más hermosa sobre las aguas de un río. Quizás ha llegado el momento de volver a navegar.