Para los mineros de Copiapó, superar la experiencia vivida no ha sido fácil.
Hace poco más de un año en las minas de Copiapó, San José al norte de Chile, en una jornada laboral como la de cualquier día, un derrumbe sepultó a 33 mineros, por 69 días. Lo dijeron fuentes de diarios de Chile.
Una historia de supervivencias que conmovió al mundo. Un rescate que tuvo éxito salvando la vida de 33 personas devolviendo esperanza a 33 familias.
Pero a un año de distancia, la mayoría de ellos quienes protagonizaron ésta historia, no logran superar la experiencia que vivieron bajo tierra, ni la fama que los esperaba afuera.
Algunos se dedicaron a las charlas motivacionales y otros han regresado a la minería, pero la gran mayoría se ha dedicado a modestas actividades sin empleos fijos.
Siete de los 33 mineros aún se mantienen con licencia médica, afectados fundamentalmente por trastornos del sueño, confirmó a la AFP el médico tratante de la Asociación Chilena de Seguridad, Alejandro Pino.
Los demás «están haciendo una vida normal y, en caso de trastornos, son atendidos en sus respectivos lugares de residencia», agregó Pino.
Aunque la mayoría asegura, no haber podido superar aún la tragedia y gran parte del grupo no tiene un trabajo estable. «Hay algunos que les cuesta recordar, sufren, no todos tenemos la misma capacidad para reponernos», señaló a la AFP Luis Urzúa, quien era jefe de turno, el día del derrumbe y el último en abandonar la mina.
Una vez fuera de la mina, la atención mediática se centró en este grupo de hombres que sobrevivió más de dos meses a 700 metros de profundidad, apenas comiendo los primeros 17 días, en medio de la oscuridad y el calor.
Su odisea los llevó a más de 14 países, invitados para contar su historia. «Esta historia unió a un mundo que no está acostumbrado a que pasen este tipo de cosas buenas», reflexionó Urzúa a un año de la tragedia.
Tras la vorágine inicial, los últimos meses han sido de relativa calma para la mayoría, tratando de rehacer sus vidas. El pasado 5 de agosto, a un año del siniestro se conmemoró con un acto religioso.
La mayoría vive aún en cercanías de la mina San José, en Copiapó (800 km al norte de Santiago), con ocupaciones esporádicas alejadas del oficio minero y aprovechando los obsequios que les entregaron tras el rescate.
Catorce de los 33 mineros pidieron jubilarse anticipadamente, porque se sienten incapaces de volver a trabajar. Y todos aguardan la respuesta de su demanda contra el Estado por negligencia, en el que exigen una indemnización de 500.000 dólares para cada uno.
A la espera, Urzúa se unió a sus compañeros Samuel Avalos, Omar Reygadas, Jorge Galleguillos y Claudio Yáñez para dictar charlas motivacionales y de seguridad en el trabajo.
Pero es Mario Sepúlveda, el más histriónico de los 33 mineros, quien más ha explorado esta veta. Montó, junto a su esposa Elvira, una empresa dedicada a este rubro, que lo llevó en mñas de una ocasión a Estados Unidos.
Sepúlveda también gestionó una campaña para construir viviendas para los afectados del terremoto que asotó a Chile cinco meses antes del derrumbe de San José. «A mi me ha ido super bien, porque soy super bueno para la pega (trabajo) y sé que las circunstancias de la vida hay que saber aprovecharlas», señaló Sepúlveda hace unos meses a la AFP.
Osmán Araya y Darío Segovia, mientras tanto, se dedican hoy a vender frutas y verduras en un mercado de Copiapó.
Pablo Rojas, Claudio Acuña, Florencio Ávalos y Víctor Segovia, en cambio, han vuelto al trabajo minero, mientras que Pedro Cortéz es el único que está estudiando.
El minero y ex futbolista, Franklin Lobos, está a cargo de las divisiones inferiores del club de fútbol Deportes Copiapó, en tanto, el único extranjero del grupo, el boliviano Carlos Mamani, desechó una oferta de empleo en su país y volvió a Chile, sin conseguir hasta ahora un empleo estable.
Al minero Yonni Barrios, famoso por ser el enfermero de sus compañeros de encierro, se le detectó una nociva enfermedad que ataca a los pulmones y es típica del trabajo minero.
De otro lado, los dueños de la minera, Alejandro Bohn y Marcelo Kemeny, pidieron disculpas públicas y al momento enfrentan un juicio para pagar las indemnizaciones y los costos del rescate, que asciende a los 20 millones de dólares.
Los mineros todavía no han ahondado en los detalles de lo ocurrido al interior de la mina y crearon una sociedad anónima para proteger y explotar los derechos en películas, libros y otros productos que ya se preparan a partir de su historia.
Roma, 23 de agosto de 2011 –