Rodrigo Illescas de Argentina es el ganador del premio 2014 con el proyecto “¿Están ahí?”.
06.10.2014 – La inarrestable evolución de la fotografía y de la tecnología desde hace ya tiempo ha transformado el arte de retratar en algo que va más allá de la forma de arte. En una época en que la imagen humana suele ser sometida a un proceso de desindividualización y universalización – solo basta pensar en la publicidad y en los millones de selfies posteadas a diario en la red a través de los smartphones – el retrato fotográfico se ha convertido en el lenguaje de una generación narcisista, aunque si el trabajo de los fotógrafos tiene metas más ambiciosas.
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Hoy en día un proyecto centrado en el retrato no puede prescindir de una profunda y detenida investigación sobre su razón de ser; el fotógrafo tiene que captar algo que va más allá de lo que pueden ver los demás, para que cada toma sea inolvidable, inconfundible y valiosa.
El propósito común de muchos fotógrafos es contar a través de sus trabajos una visión relacionada con la imagen de sí mismo, que marque la memoria y el corazón de quien mira.
Da igual si se trata de un intento narrativo o meramente estético: en cualquier caso la luz es robada al tiempo para que con ella se escriba una historia, para que se relate un instante irrepetible, para que se transmita una emoción.
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El que decida seguir el camino del retrato tiene que cumplir una fase más respecto a los demás, pues ha de ceder la palabra a los sujetos fotografiados para que a través de éstos se oiga su voz. De la fotografía callejera a los platós construidos en el estudio, las opciones lingüísticas ligadas al retrato abarcan un amplio abanico que va desde el realismo despiadado del reportaje fotográfico hasta la pura ficción.
El jurado ha examinado miles de fotos: tantos rostros, expresiones y estados de ánimo. Niños, adultos, ancianos, todos ellos protagonistas – que ignoran serlo – de nuestro viaje por la historia, la cotidianidad y el folklore de la inmensa realidad de América Latina.
También este año además de la técnica, lo que exigía el jurado era la coherencia narrativa y el estilo.
Lo que yo buscaba entre las fotos de los 513 participantes de la VII edición del Premio IILA-FOTOGRAFIA, era un proyecto que sí fuera articulado, pero también orientado a un fin último, que tuviera elocuencia propia y carácter de inigualable.
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Observando la secuencia de las imágenes de cada candidato, lo que intentaba hacer era captar la onda de radio correcta para poder escuchar la voz del artista a través de la mirada o los gestos de los sujetos retratados.
Las fotos del argentino Rodrigo Illescas, ganador del primer premio, parecen robadas.
Los sujetos fotografiados detrás de las ventanas son retratados en un momento de intimidad y sin tener conciencia de ello, regalan un instante compartido, involuntario. Son imágenes que evocan las luces de Crewdson y las ventanas de Hopper, pero con la diferencia de que aquí son observadas desde afuera. Los cristales y las persianas sirven de marco a los sujetos, como si se tratara de un telón.
El segundo galardonado, David Alarcón, chileno, ha optado por la fuerza expresiva de la fotografía callejera realizando una serie de retratos femeninos tomados cerca de un ascensor del metro de Santiago. Aquí las mujeres no saben que son co-protagonistas de la ajenidad y no se dejan llevar por la vanidad.
Silvia Navarro, tercera clasificada, peruana, ha querido contraponer al estereotipo de la fuerza innata masculina una serie de retratos de jóvenes jugadoras de rugby – sus compañeras de equipo – cuya fuerza nace de la competitividad y la dedicación y se revela a través de sus miradas no exentas de femenina dulzura.
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El cuarto clasificado, Javier Vanegas, colombiano, se ha inspirado en los interesantes resultados de su propia y anacrónica técnica de imprenta, la ambrotipia, para realizar una colección de imágenes oníricas de albinos en las que estos quedan convertidos en muñecas intemporales.
Por último, la quinta clasificada, la mexicana Melba Arellano, define su forma de fotografiar como “performática”, y ahora, como adulta, decide recorrer esa misma Carretera Nacional que en su infancia la llevaba de su casa al colegio – pero esta vez adentrándose en las aldeas a lo largo de la ruta – a través de la historia de las personas que ahí viven.
Cinco visiones extremadamente distintas, pero todas ellas cargadas de una admirable capacidad de representación.
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Teresa Emanuele