«Antes de venir aquí en Italia, la vida que hacia en Ecuador era una vida normal, una vida de jóven estudiante. La única cosa diferente que hacia era hacer el padre para ellos, les daba de comer, les asisitia, seguia sus estudios además de los mios. No me hacia falta nada excepto mis padres.»
Prefiero quedarme en casa. Permanecer en la casa encerrado. Prefiero quedarme en casa, en lugar de que me detenengan y me pidan los documentos». Es un jóven de 20 años que habla, que llegó desde el Ecuador, con sus sueños dentro una maleta y obligado a tener miedo. Miedo de hablar, incluso antes de que inicié a realizarse su sueño.
En quince minutos Alex, Darwin, Giorgy, Hender, Mustapha, Ricardo, Rolando, Geovanny, Ruben Santiago, Rufo nos cuentan las dificultades del migrante, desorientado y extraño a todo. Como una práctica de la reunificación le ha dividido del país donde nacieron, y donde la esperanza de una vida cotidiana diferente y vanguardista se muestra inmediatamente, cruda y dura.
Todos han superado los 20 años, son de origen ecuatoriano, viven en Tigullio desde hace unos diez años: los inmigrantes de segunda generación, una media década ahora han crecido, se comparan, confrontan y revelan los problemas difícil, una vida que no se esperaban, cuando recibieron aquella llamada. Todo comienza asi con una llamada telefónica desde un teléfono público en Chiavari: una madre dice a su niño que todo está listo, que ahora puede viajar.
La maleta está llena de sueños. Asi inicia «Permiso de soñar», el documental que el colectivo La Escuelita, un grupo de jóvenes ecuatorianos llegan a Italia aún menores de edad y ahora son domiciliados en Chiavari y Lavagna, ha querido, concebido y realizado en un año de trabajo. Hace unos días se presentó en Génova en Villa Bombrini, en el festival del Cine de Ecuador en Génova, en la Conferencia «De la investigación del video: diez años de estudios sobre la migración ecuatoriana en Liguria».
C.Z.León