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Familias refugiadas en Ecuador intentan reconstruir su hogar después del terremoto

Cuando la tierra empezó a temblar, durante terremoto que golpeó duramente Ecuador hace un mes, Jeannethe* estaba bañándose. Asustada consiguió salir de la casa, donde toda su familia, tíos, primos, sus padres, estaban reunidos  en el pequeño espacio al aire libre ante los muros que se resquebrajaban y caían poco a poco.

 

“Ella es la que más se asustó”, cuenta la abuela de Jeannethe, Selmira, de 64 años. “Durante dos días no dijo nada”, relata esta mujer robusta mientras mira con dulzura a su nieta de 14 años.

Selmira, originaria de Tumaco, en el Nariño colombiano, estaba en Manta la noche del 16 de abril visitando a sus hijos y nietos. Aunque desde hace más de seis años esta mujer afrocolombiana vive en Suecia, Selmira había conseguido venir a visitar al resto de su numerosa  familia que sigue viviendo en Ecuador.

“La violencia que vivimos en Colombia me llevó a dejar mi casa, mi país, hace años. Y vinimos a Ecuador en busca de paz. Estuvimos en Ibarra, en Cuenca. Y luego yo con cinco de mis hijos y mi esposo, fui a Suecia. Allí vivo en paz. Pero tengo el corazón dividido, porque parte de mí está aquí con mi familia en Ecuador”.

El terremoto de 7.8 grados sacudió la tierra dejando a 660 personas muertas y cerca de 350.000 en necesidad de asistencia. Un mes después del sismo, las paredes caídas hacen sentir los efectos del temblor en la humilde casa donde vive la familia de quince miembros de Selmira.

“A pesar de todo lo que hemos pasado en la vida, un terremoto es algo nuevo e imprevisible. El miedo hizo que los niños empezaran a decirnos que querían irse a Colombia”, relata esta mujer robusta. “Uno como adulto se siente culpable, porque estando aquí exponemos a los niños a este miedo que nunca pensamos. Pero a pesar de eso, sabemos que no podemos regresar en nuestra región de Colombia. Es demasiado peligroso para nosotros”.

Como la familia de Selmira, muchas son las familias refugiadas que viven en la zona afectada por el terremoto, calificado como la mayor catástrofe vivida por el país en 70 años. Alrededor de 17.000 personas, entre refugiados y solicitantes de asilo, vivían en las zonas costeras más afectadas.

Para la Agencia de la ONU para los Refugiados, ACNUR, el terremoto coloca de nuevo en una situación vulnerabilidad a familias que salieron de sus países huyendo del conflicto y la persecución. A través de la cooperación constante con las instituciones del Estado, y como parte del esfuerzo conjunto del Equipo Humanitario País, ACNUR está desarrollando mecanismos de apoyo a las políticas de reconstrucción.

“Como ha demostrado a lo largo de su historia, es importante que Ecuador siga siendo solidario con las familias refugiadas, muchas de las cuales de nuevo han perdido su hogar”, señala María Clara Martín. “Como ACNUR, queremos apoyar este esfuerzo de recuperación tras la catástrofe, apoyando medidas para que todos los afectados, tanto refugiados como ecuatorianos, puedan reconstruir su futuro en condiciones de seguridad y de dignidad”.

Desde el inicio de la emergencia, la Agencia de la ONU para los Refugiados, en estrecha colaboración con el Estado ecuatoriano, ha enviado dos aviones cargados con 200 toneladas de ayuda humanitaria, que incluían 900 carpas, 61.000 lámparas solares, 7.250 lonas plásticas, 50.000 esteras, 175 rollos plásticos, 6.950 kits de cocina, 18.000 mosquiteros, y 7.000 bidones para agua distribuidos entre Manta, Portoviejo, Pedernales y las áreas más afectadas. A su vez,

ACNUR está también facilitando  el desarrollo de una respuesta conjunta para la prevención de riesgos a la protección de las personas afectadas.

Tras más de 1000 réplicas después el terremoto, cuando la tierra parece que se va calmando, la familia de Selmira se preocupa ahora no sólo de las paredes caídas, sino también de sus medios de vida.

“Yo trabajaba vendiendo agua de coco en el barrio de Tarqui. Con el terremoto, todo el barrio se ha caído. Así que tampoco puedo trabajar como lo hacía antes”, relata Jarlín, de 37 años, uno de los hijos de Selmira.

“Es muy duro cuando uno pierde su vida, su forma de trabajar y cómo sacar adelante a su familia. Ya perdí mi tierra en Colombia y  Ecuador nos dio paz y nuevas oportunidades, aunque sea difícil salir adelante. Este terremoto, sin embargo, nos obliga de nuevo a empezar de cero”.

Como parte del esfuerzo conjunto para la recuperación tras el terremoto, ACNUR participa en el grupo humanitario de coordinación para medios de vida, que espera contribuir al desarrollo de mecanismos consensuados para impulsar nuevas formas de autosuficiencia económica en las zonas afectadas por el sismo. De modo que las personas refugiadas, al igual que el resto de la población afectada, puedan reconstruir sus hogares.

Mientras tanto, a pesar del miedo, y del corazón dividido, los niños siguen siendo niños y revolotean alrededor de la abuela Selmira. Se suben al árbol, curiosean unos cuentos, imaginan que son otras personas, en otros lugares. Y la vida sigue, a la espera de que las paredes vuelvan a su lugar.

Fuente: Sonia Aguilar en Manta (Ecuador)- acnur.org

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